Las plazas, en su aparente sencillez, son un esclarecedor tributo que ensancha la figura de Granada, y estas frases se nutren de la amistad que compartimos entre tod@s y de la permanente relación fraterna que nos une.
PLAZAS URBANAS
Está claro que lo vivido en la niñez se incrusta en la médula y nos lleva hacia mundos ensoñados. La Plaza Nueva fue el lugar de mis juegos infantiles, pues al no tener tanto artilugio tecnológico, nuestro entretenimiento más inmediato era correr alocadamente detrás de una destartalada pelota.
Es suficientemente conocida la que, sin ánimo de exagerar, podríamos convenir en denominar la plaza más emblemática de Granada, pues en ella encontramos el eco de la historia que despertó el contacto con la cultura nazarí y una fecunda relación poblacional, que sirvió para dar a conocer muchos de los grandes hitos que fueron enriqueciendo su legado científico, así como también intercambiar información sobre las costumbres.
La monja y el comerciante.
Juan De Dios Olalla Fernández
"En pleno corazón del barrio del Albaycin, bajando por el carril de San Nicolás, se encuentra el convento de monjas de Santa Isabel la Real, un lugar en apariencia normal, pero que encierra una leyenda bastante tétrica.
Se cuenta, que allí, a principios del siglo XVII, hubo una religiosa que al parecer conoció por las calles de Granada a un comerciante morisco de seda que le robo el corazón. Ese romance llegó a oídos de la madre superiora y de esta al Arzobispo.
La monja intentó huir con su amado camino de la vega, pero la pareja fue delatada y apresada.
El joven morisco fue ahorcado en Plaza Nueva por orden de la Santa Inquisición.
Y la joven monja sería enterrada viva en uno de los muros del convento del que nunca debió salir para pecar, convirtiéndose así en parte del edificio.
Siglos más tarde, cuando restauraban el Palacio de Dar al-Horra (que fue parte del Convento de Santa Isabel la Real) al sanear un muro que accidentalmente se derrumbó dieron con el reducido cubículo en el que se encontraban unos restos óseos desperdigados por el suelo.
Hoy día cuando paseamos por las ricamente decoradas estancias de este palacio y sus bonitos jardines, se nos olvida el terrible crimen perpetrado por el Arzobispo de Granada en colaboración con las monjitas del Convento de Santa Isabel la Real".
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